88. CARLOS V Y SUS BANQUEROS

Quien visite con curiosidad la ciudad de Augsburgo en Baviera (Alemania) puede disfrutar de una inusual atracción turística. Se llama “die Fuggerei” y es una ciudad dentro de la ciudad construida alrededor de 1515 por el banquero más rico de Augsburgo, Jakob Fugger. Su objetivo era dar cabida a las familias pobres en 106 confortables y seguros apartamentos, dos en cada una de pequeñas casas perfectamente alineadas, con una plaza, fuentes, jardines y todos los servicios que estaban disponibles en aquellos tiempos. En el portón de entrada una inscripción dice: «Por el bien de su ciudad y en sincero agradecimiento por los bienes terrenales que recibe (él, Fugger) de Dios». Jakob Fugger, apodado «el rico», tenía razones suficientes para su inusual iniciativa. Era en verdad provocativamente rico y quizá deseaba tranquilizar su conciencia al realizar esta extravagante obra de caridad. Quizá quería también disculparse, como católico, por los métodos poco ortodoxos por los cuales había llevado a su familia y a su ciudad a la cima de la opulencia, mientras que la Iglesia aún no había relajado las reglas estrictas contra la usura y otros procedimientos para el manejo de los negocios del gran capitalismo. Jakob los aprendió en Venecia, donde su padre lo envió como aprendiz. Allí absorbió también la cultura de la Italia del Renacimiento y se convirtió en un mecenas de las artes, una especie de Medici alemán. Alberto Durero le retrató dos veces.

Los Fugger habían hecho negocios con muchos países y en muchas ramas de la economía, no sólo en la banca. Sacaron amplio partido de su fidelidad a la casa de Habsburgo, cuyo emperador Maximiliano era amante de Augsburgo y un buen amigo de Jakob. Al no haber podido ganar la elección como emperador del Sacro Imperio Romano en 1518, Maximiliano pidió a sus banqueros favoritos que financiaran a su nieto Carlos para la elección del año siguiente. Carlos se había convertido por herencia en rey de España y Nápoles, así como regente de los Países Bajos y Borgoña. Era demasiado poderoso como para que resultara bien visto por los príncipes alemanes, quienes querían un emperador menos peligroso y también tuvo que competir con Francisco I, el candidato francés. Al final, los electores eligieron por unanimidad al candidato que los sedujo con los más altos sobornos: Carlos, a quien los Fugger prestaron 850.000 florines, con una contribución adicional de 143.000 florines de otra familia de banqueros famosos de Augsburgo, los Welser, y una aportación adicional de los banqueros italianos. En el futuro, Carlos iba a necesitar una gran cantidad de apoyo financiero por parte de esas familias de la banca para su ambiciosa política exterior, sus muchas guerras por el control de Italia y contra los otomanos y los protestantes. Cuando llegó a España en 1517, se encontró con que Castilla no podía proporcionar fondos suficientes para sus empresas imperiales. Aragón no podía ni quiso contribuir, para no hablar de los países más lejanos que integraban su imperio, en Italia y los Países Bajos. Muchos nuevos impuestos habían sido inventados desde la época de los Reyes Católicos, y algunos ingresos se pudieron obtener de las riquezas de la Iglesia. También se impusieron nuevos tributos al incipiente comercio con las Indias, pero el oro y la plata en grandes cantidades no iban a comenzar a llegar desde las colonias americanas hasta alrededor de 1550: era obvio que el desequilibrio entre ingresos y gastos sólo podía salvarse con préstamos de los banqueros de Augsburgo y Génova. Augsburgo se había convertido en la capital del capitalismo moderno, después de haber sido un importante centro de comercio durante la Edad Media.

El emperador romano César Augusto había fundado la ciudad, le había dado su nombre y había hecho algo más: la había conectado con Venecia a través de la Vía Claudia Augusta, una ruta que canalizaba el comercio entre Italia y el sur de Alemania. Por supuesto, los banqueros no contaban únicamente con el reembolso de sus préstamos y con sus altos intereses. Dado que estos pagos casi nunca se materializaban, solían exigir de sus poderosos clientes garantías tangibles, que a su vez les daban la oportunidad de mejorar sus ingresos y sus negocios internacionales. De España, los genoveses obtuvieron el monopolio del comercio de naipes y la explotación de las minas de sal. A los Fugger se les dio el control de las minas de mercurio de Almadén, en Castilla, y las de plata de Guadalcanal, en Andalucía, además de la administración de los bienes de las órdenes militares. Pero fueron los Welser quie nes obtuvieron las garantías que me resultaron más sorprendentes. Esta familia, también de Augsburgo, obtuvo el primer monopolio de la producción de azúcar en la isla de La Palma, en Canarias. A continuación, controló desde su base en la Hispaniola (la República Dominicana de hoy) el tráfico en perlas de la isla de Cubagua. Finalmente, solicitaron y obtuvieron un acuerdo o «capitulación» con la monarquía española para la administración de «la isla de Venezuela », asumiendo a cambio la obligación de construir fortalezas y pueblos españoles en el continente, más la de importar pinos de Tenerife (Islas Canarias) y «negros muy negros» de África. Enviaron una expedición de 300 hombres a Santa Marta y Maracaibo y uno de sus agentes, llamado Ambrosio Alfinger, fue nombrado gobernador de Venezuela. Estableció la primera capital en Coro, una ciudad que hizo construir bellamente siguiendo el modelo colonial del Nuevo Mundo español. Así Venezuela fue privatizada, o “externalizada”, como diríamos hoy en día.

La idea básica de Carlos V, según la cual sus reinos tenían que pagar por su proyecto imperial no fue bien recibida en Castilla, que era el más importante de ellos, pero no lo suficientemente rico para financiar un conjunto de territorios tan distantes e incoherentes. El nuevo rey no tuvo mucho éxito a la hora de ganarse la adhesión de sus nuevos súbditos. A su llegada se mostró torpe y no era muy bien parecido, no hablaba una palabra de español y encima vino acompañado por un equipo de «flamencos rapaces», como los llamó John H. Elliott. Se repartieron las más altas dignidades de la Corte, incluyendo el Arzobispado de Toledo, que fue otorgado a Guillermo de Croy, el sobrino del gran chamberlain Chièvres, que sólo tenía dieciséis años. Tan pronto como el nuevo rey ganó la elección como emperador del Sacro Imperio, se dispuso a partir hacia Inglaterra y Alemania, y nombró a su tutor Adriano de Utrecht como regente de Castilla. Un rey ausentista fue la última ofensa que los castellanos estaban dispuestos a tolerar. No se creyeron que Carlos fuera a volver y comenzaron una extraña rebelión conocida como la guerra de los «comuneros». Estalló como una pugna entre facciones opuestas de las familias nobles. Después de Toledo, varias ciudades como Segovia, Salamanca y Valladolid se unieron a la revuelta, principalmente por miedo a perder sus privilegios locales. Al final, los campesinos aprovecharon la confusión para protestar contra los nobles terratenientes, lo que transformó lo que había sido inicialmente un conflicto de élites en una revolución social. Esta extraña guerra civil duró casi un año, desde mayo de 1520, cuando Carlos partió de España para tomar posesión de sus nuevos dominios en el extranjero, hasta abril de 1521, en que el levantamiento fue derrotado por tropas leales al emperador en la batalla de Villalar, cerca de Valladolid. Me pareció sorprendente que el nombre oficial de este pueblo acabara siendo “Villalar de los Comuneros”. También que en años más recientes Madrid hiciera homenaje a los principales jefes militares de la rebelión contra la monarquía dándoles el nombre de tres de sus mejores calles: Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. Habían sido ejecutados al día siguiente de su derrota en Villalar.

29-Juan Pantoja de la Cruz - Carlos V - small

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