8. ESPAÑA VA A AL CINE: BUÑUEL Y COMPAÑÍA

“Cinelandia” es una ciudad imaginaria en medio de cualquier parte, rodeada por el desierto y construida en estilos dispares: “tiene algo de Constantinopla, con una mezcla de Tokio, un toque de Florencia y mucho de Nueva York”. Está gobernada dictatorialmente por Emerson, el magnate del cine, y aventureros de todo tipo van a vivir allí esperando hacer carrera y labrarse una fortuna. Esta historia pertenece a una novela escrita por Ramón Gómez de la Serna (1888-1963). Este autor prolífico, inventor de una clase especial de aforismos surrealistas llamados “greguerías”, produjo gran cantidad de novelas, la mayoría cómicas. Escribió el guión para “Los Caprichos”, una de las primeras películas de Luis Buñuel, y estuvo en contacto con Picasso y el movimiento dadaísta. Pero él era único, “una generación unipersonal”, como lo llamó alguien, totalmente inmerso en el surrealismo, el arte deshumanizado de la época. “Cinelandia” es, por supuesto, una parodia de Hollywood, y la novela así llamada fue publicada en 1923.

Era la época de las películas mudas, que habían alimentado una enorme industria en todas partes; también en España, donde a la gente le gustaba mucho, y le sigue gustando, este tipo de entretenimiento. La llegada del sonido al cine, alrededor de 1930, causó el colapso de los estudios de cine, sobre todo en Barcelona. Se intentó un nuevo comienzo con dificultades en un momento de profunda crisis económica. No obstante la crisis, era también tiempo de alegría, porque la Segunda República, turbulenta como fue en política, dio al pueblo español una nueva sensación de libertad y de “joie-de-vivre”. La primera película hablada producida en España fue “Quiero que me lleven a Hollywood” (Edgar Neville, 1931), título que muestra la fascinación que tenían las masas por la industria del cine norteamericano. La competencia americana no le puso fácil a los productores españoles lograr un fuerte desarrollo, pero en 1935 había en las pantallas un total de 24 películas, algunas de ellas grandes éxitos populares. La Guerra Civil de 1936-1939 causó un nuevo colapso e hizo difícil un nuevo despertar. A causa de la imposición de una cultura clerical por el régimen de Franco, los años cuarenta y cincuenta fueron, como los llamó el crítico de teatro José Monleón, “una interminable Semana Santa”. La incipiente industria produjo sobre todo películas adaptadas a la ideología dominante: muchas historias religiosas, vidas de santos y milagros en conventos, también historias patrióticas e históricas. El general Franco era él mismo un amante del cine y había escrito el guión de una de ellas, que se titulaba, significativamente, “Raza”. Como entretenimiento más ligero, al público se le daban muchas historias de amor protagonizadas por cantantes “folklóricos” como Lola Flores, Carmen Sevilla, Antonio Molina, y muchos otros.

Sara Montiel, que durante un tiempo fue una exótica estrella de Hollywood (“Vera Cruz” en 1954, “Yuma” en 1957), era una nueva clase de “folklórica”. Frívola y sensual, se especializó en un tipo de vaudeville algo más cosmopolita reminiscente de los “felices años veinte”. Su época representó una nueva apertura. De 1962 en adelante, el gobierno empezó a subvencionar la industria del cine para compensar la aplastante competencia de las películas que venían de Estados Unidos y también de Francia y de Italia. Por supuesto, la censura actuó de manera decisiva para proteger la moral de los españoles. Muchas buenas películas extranjeras fueron simplemente prohibidas, obligando a los amantes del cine a viajar a la vecina Francia para verlas (“El último tango en París”, de Bertolucci, causó un éxodo masivo a Perpignan que resultó muy embarazoso para las autoridades españolas). Otras se proyectaban en España después de ser mutiladas severamente. Se suprimían o tergiversaban casi todas las alusiones a la política y a las ideas progresistas, se cortaban al mínimo las escenas eróticas. Recuerdo ver a algunos de mis amigos españoles leyendo crítica de cine en revistas extranjeras para saber en qué consistían realmente las películas. Los directores de cine españoles, en esta atmósfera, tenían muchas dificultades, pero hicieron películas espléndidas. Claro que no podían crear en el estilo francés de moda, la “Nouvelle Vague”, pero algunas películas neorrealistas tenían calidad y fueron muy exitosas. Eran unos verdaderos virtuosos en el arte de evadir la censura. Luis García Berlanga, por mencionar sólo a uno, desarrolló una gran habilidad en este tipo de simulación. Sus películas eran una muy fiel reproducción de la sociedad pobre y reprimida en la que vivía, y su humor era letal para la mojigatería establecida y el optimismo oficial. Pero estaban llenas de metáforas y de guiños difíciles de denunciar como crítica política, y rebosaban de un humor tierno. La realidad en sí misma era la crítica más efectiva de las costumbres sociales.

Por supuesto, la gran personalidad del cine español fue Luis Buñuel, un verdadero genio y una figura importante en la cultura universal. Desde 1939 hasta el final de su vida en 1983 vivió fuera de España, en EEUU y en Méjico, de modo que no tuvo que sufrir las limitaciones de la censura. Buñuel era un hombre libre y ejerció su libertad con plenitud. Nació en 1900 en un pequeño pueblo de Aragón, pobre y rodeado de campos áridos. Su padre era un rico hombre de negocios, un “indiano” que había hecho fortuna en América. Luis se reveló pronto como un líder natural y una persona con una poderosa imaginación. Inteligente y fuerte en cuerpo y alma, boxeador aficionado, violinista e hipnotizador, no soportaba la educación represiva de los jesuitas de Zaragoza y se fue a vivir a Madrid para continuar sus estudios. Tuvo suerte: sus padres encontraron alojamiento para el en la prestigiosa Residencia de Estudiantes, el punto de encuentro de la burguesía liberal y cultivada de la capital. Sus amigos eran nada menos que el poeta Federico García- Lorca y el pintor (y escritor) Salvador Dalí. Conoció a Ramón Gómez de la Serna y otros escritores vanguardistas, y se embarcó en la provocación y el desafío del surrealismo.

Como muchos otros artistas españoles, marchó a París, donde aprendió a hacer cine. Estaba decidido a escandalizar e insultar a la burguesía y empezó con una película que hizo junto a Dalí: “Un Chien Andalou” (“Un perro andaluz”), una mezcla improvisada de sueños e imágenes sadomasoquistas. En 1931 volvió a España y se involucró en la política de la Segunda República. Se inscribió en el Partido Comunista e hizo todo lo que pudo para liberarse de la reputación de pequeño burgués que la izquierda relacionaba normalmente con el surrealismo. Para ello, rodó el impresionante documental “Tierra sin pan”, que describe muy crudamente la paupérrima región de Las Hurdes, en el norte de Extremadura. Sirvió a la propaganda de la República a través del cine. En 1939 se encontraba en EEUU trabajando en Hollywood y Nueva York y no podía ni volver a España ni adaptarse al estilo de vida americano. Por ello se fue a Méjico, donde pasó el resto de su vida. Sus mejores películas las hizo en Francia y en España en los años sesenta: “Tristana”, “Viridiana”, “El discreto encanto de la burguesía”. Estas y muchas otras vienen a la mente, junto con sus principales características: usan imágenes de los sueños y de la mente subconsciente, dan voz a la rebeldía contra los tabúes religiosos y la represión sexual, defienden la libertad humana y la compasión por los pobres y los oprimidos. Su estilo es muy personal e inconfundible. Ingmar Bergmann dijo una vez de él: “Buñuel casi siempre hizo películas de Buñuel”.

5-Luis Buñuel

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