2. TRIUNFO: LA DEMOCRACIA DENTRO DE LA DICTADURA

A finales de los años sesenta me encontré en un kiosko de Madrid con una revista semanal que había sido lanzada poco antes, con un título muy optimista: “Triunfo”. Abrí sus páginas y no podía creer lo que vi, o más bien, dudé de si realmente estaba en la capital de España. Lo que tenía bajo mi ojos era una variopinta colección de artículos e imágenes sobre los temas más diferentes. Todos estaban orientados hacia la información y la crítica de noticias culturales de España y del mundo, política internacional y comentarios sobre las realidades sociales y económicas del momento, incluyendo artículos sobre la religión católica acordes con la orientación del Concilio Vaticano II, que estaba teniendo lugar en Roma en aquellos mismos días. Muchos escritores importantes de aquel momento firmaban artículos en “Triunfo”, pero la mayor parte estaba escrita por dos periodistas: Eduardo Haro-Tecglen, un especialista en relaciones internacionales, y Manuel Vázquez Montalbán, quienes escribían sobre los temas más variados bajo múltiples seudónimos. Muy principalmente, “Triunfo” ofrecía humor, gráfico y escrito. En una divertidísima sección llamada “Celtiberia Show”, escrita por el periodista Luis Carandell, el lector podía encontrar multitud de sucesos extravagantes, ejemplos de la “cultura casposa”, como él la llamaba, de la España tradicional. Este show estaba basado en su totalidad en materiales auténticos, tomados la mayoría de periódicos locales. A menudo eran proporcionados por los mismos lectores y superaban la más osada invención. En uno de ellos se leía: “Señor ladrón: sea buenito, entregue los papeles y demás documentos tomados del automóvil…, puede quedarse con los jaquets y cartera… No sea H.de P.”

El primer número de la renovada revista que tenía en mis manos apareció en junio de 1962, pero “Triunfo” era más antigua. Había sido lanzada en 1946 como revista especializada en teatro y cine. Estos seguían siendo sus principales temas, pero poco a poco la revista empezó a explorar asuntos de política exterior e incluso algunos asuntos internos, siempre que los autores pudieran encontrar formas de burlar la férrea censura. Desde 1966 en adelante, una relativamente liberal Ley de Prensa permitió la expansión de “Triunfo” y le dejó respirar más libremente, pero ya antes la revista se había convertido en un proyecto de mucho éxito: en el año 1964 vendía 56.000 ejemplares y contaba con más de mil suscriptores. ¿Era esto posible? Por increíble que parezca, sí, lo era. “Triunfo” se lanzó y estaba creciendo bajo la mirada amenazadora de las autoridades competentes. Suspendieron su publicación sólo dos veces pero la prudencia obligaba a los escritores a usar un sofisticado metalenguaje para evitar ataques al Régimen que los censores pudieran considerar demasiado explícitos. No obstante, “Triunfo” sobrevivió y proporcionó a los españoles un punto de referencia político y cultural en un entorno social e internacional que estaba creando las condiciones para la llegada de la democracia. En 1962, el régimen de Franco estaba sufriendo una profunda transformación económica.

Después de muchos años experimentando con la “autarquía”, un exótico sistema económico que solo consiguió incrementar la pobreza y el atraso de un país arrasado por la guerra civil, una nueva élite de jóvenes tecnócratas y economistas indujeron al dictador a adoptar nuevas políticas de estabilización y desarrollo. El resultado fue el final de la agricultura tradicional, la urbanización, una emigración masiva a Europa y nuevos hábitos de consumo. Y algo que era visto como lo más peligroso por las fuerzas más reaccionarias del régimen: un proyecto ambicioso para promover el turismo que trajo a España millones de europeos y americanos, dispuestos a disfrutar de las bellezas naturales y culturales de un país que era sumamente rico en ambas… y muy barato y agradable de visitar. Era una contradicción bastante curiosa. El régimen de Franco, tan teocrático-militar como siempre, continuó teniendo el control de la ley y el orden, con ajustes cosméticos menores en la terminología política. Su objetivo seguía siendo suprimir los problemas tradicionales de España y llevar al país al pasado histórico de las glorias imperiales, cuando no a épocas anteriores. Pero el flujo de nuevas ideas traído por los visitantes o por los estudiantes que, gracias a la nueva prosperidad, empezaron a viajar a universidades extranjeras, creó, bajo la superficie, una nueva cultura de libertad y preparó el camino hacia la democracia. ¿Por qué no llegó ésta tan pronto como las condiciones estuvieron dadas, y hubo que esperar hasta que el dictador murió anciano y enfermo?

Se han propuesto muchas explicaciones, empezando por supuesto con el seguro de vida que habían dado al Régimen las potencias occidentales a cambio de la colaboración de España en la guerra fría contra el comunismo. Cuando los sociólogos comparan a las clases medias y los trabajadores de los últimos años del franquismo con los de comienzos del siglo XX, señalan además una diferencia importante. Las élites burguesas lucharon después de 1900 con un objetivo claro: terminar con la monarquía, que identificaban con el militarismo y la arbitrariedad, y establecer una república, que para ellos era sinónimo de democracia. Por su parte, los anarquistas, socialistas y sindicalistas de aquellos años querían simplemente provocar una revolución social, cualesquiera fuesen los medios. Como contraste, en los últimos años del franquismo el estado de ánimo prevalente era el de la moderación. La prosperidad económica, una obsesión por la seguridad, tanto política como económica, un vago temor a las terribles experiencias del pasado: todo ello unió a la oposición contra Franco en un nuevo lenguaje de democracia. Ello no significaba que los revolucionarios hubieran desaparecido (algunos de ellos escribían en “Triunfo”), pero nunca consiguieron terminar con el régimen mediante una movilización masiva y una huelga general, como prometieron e intentaron en repetidas ocasiones. Franco murió tranquilo en su cama y la transición a la democracia tuvo que respetar formalmente las Leyes Fundamentales vigentes, más o menos manipuladas, para poder ser pacífica. Algunos aseguran que había un punto de cinismo en esa moderación: si la sociedad estaba preparada para la democracia, ¿para qué acelerar la caída del régimen?

(“Triunfo” siguió publicándose hasta 1983. Sobrevivió a Franco y a la transición pero no a la división de fuerzas que antaño había reunido en sus páginas al más amplio espectro de tendencias, desde comunistas hasta cristiano-demócratas, en oposición al Régimen).

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