16. CASTILLA EN LA HISTORIA Y LA LITERATURA

Viajando desde Ávila a Segovia cuando visité Castilla por primera vez, una visión mágica me sobrecogió de manera inolvidable. Del ancho mar de trigo vi aparecer una torre delgada y elegante, elevándose desde la nada hacia el cielo. Después apareció la catedral de Segovia, toda amarilla e imponente, seguida por la silueta de la propia ciudad contra el fondo de las montañas nevadas. Si uno continúa viajando por Castilla, la misma aparición surge una y otra vez: una planicie árida sin fin con castillos colgados de las colinas, pequeños pueblos y el campanario de una pequeña iglesia en todos ellos. Hoy en día estos pueblos están viejos y polvorientos, algunos parecen pobres y decadentes, otros están completamente vacíos si no fuera por unos cuantos perros y gallinas.

Sí, esto es Castilla. Y lo que hoy en día ofrece un paisaje tan desolado fue un día el centro más dinámico de España, el motor del comienzo de una monarquía fuerte e imperial. Empezó como un condado modesto en el reino de Asturias, la parte norte de la península que quedó fuera del alcance de la ocupación islámica. Pronto atrajo hombres y familias del Norte: vascos, alemanes, visigodos, gascones, astures. Su vitalidad y espíritu emprendedor los hizo arrogantes e independientes. En el año 930 su líder Fernán González desgajó este condado del reino de Asturias-León, al que con el tiempo acabó por absorber. Castilla empezó así una imparable ofensiva hacia el sur, primero para poblar las tierras áridas en las márgenes del río Duero, más tarde para desalojar a los musulmanes que controlaban los territorios al sur de la península. Este formidable impulso tuvo una inercia arrolladora: acabó empujando a los españoles hacia el norte de África y, más allá, hacia el Nuevo Mundo, una vez que los reinos de Castilla y Aragón se unieron y la Reconquista finalizó con la toma de Granada.

Tras siglos de esplendor, la historia no tuvo piedad con Castilla. La decadencia empezó y no se detuvo hasta muy recientemente. Pocos escritores pudieron resistir la tentación de explorar el gran contraste entre los años de gloria y la drástica caída hacia el declive. Este se convirtió en el tema principal de escritores y políticos que pretendían “regenerar” a España tras la humillante derrota en Cuba y Filipinas en 1898. Algunos habían empezado antes, porque la crisis de confianza del país se remontaba a la invasión francesa de 1808 y llegó a ser crítica, tras mucha agitación, en la época de la Restauración monárquica en 1876. Miguel de Unamuno escribió en 1895 un importante ensayo sobre el “problema” de España como nación, donde analizaba el papel de Castilla en sus tiempos heroicos, su impulso por unificar diferentes pueblos y por liderar la centralización y la expansión en la época en que otros centros de poder estaban apareciendo en Europa. Azorín (José Martínez Ruiz, 1873-1967) también escribió abundantemente, en un estilo de prosa más sobrio, sobre la historia y literatura de Castilla para explicar a través del pasado lo que había estado sucediendo, por qué había empezado la decadencia. Se centró en la literatura: como expresión de la esencia nacional, la consideraba capaz de revelar la continuidad entre el pasado y el presente y de restaurar las virtudes de Castilla. José Ortega y Gasset como filósofo y Ramón Menéndez Pidal como filólogo insistieron en ideas s similares: la vitalidad de Castilla dio a España su verdadera historia y era la clave para la regeneración de España.

Algunos de los temas desarrollados por estos escritores aparecen en la obra poética de Antonio Machado (1875-1939), sin duda el escritor de la Generación del 98 más leído y admirado. Nacido en Sevilla, escribió inicialmente con gran agudeza sobre su soledad y su vida espiritual. Cuando Andalucía aparece en sus poemas, lo que Machado evoca no es el paisaje festivo y brillante de los románticos, sino los patios íntimos y las callejuelas estrechas de las ciudades. El poeta vivió en distintas partes de España, por supuesto tras la habitual estancia formativa en París. En Madrid estuvo en contacto con la vida bohemia de los poetas modernistas, pero pronto rechazó su búsqueda de la pura belleza verbal y ornamental. Vivió cinco años en Soria como profesor de francés. Allí se casó, perdió pronto a su joven y querida esposa, y caminó sin rumbo por los caminos polvorientos.

En los campos que rodean a Soria encontró su verdadera voz como poeta. Quería trasladar a sus versos una visión objetiva de las cosas, de los paisajes y la gente, y expresar su reacción frente a ellos con fidelidad a sus íntimas emociones. Quería, como dijo Pedro Salinas, al expresar todo eso en palabras transformar “la realidad real” en “realidad poética”. Al final de sus años en Soria publicó su libro más famoso de poemas, “Campos de Castilla” (1907- 1917). En esta colección hay muchos tipos de poesía, incluyendo una larga balada histórica. Son el resultado de una vida tranquila y solitaria. La vida, sencillamente, de una buena persona: “soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”, como Machado se definió a sí mismo. El libro versa sobre el paisaje de Castilla, tomándolo más que nada como vehículo literario para reflexionar sobre las cosas palpables que ve allí. Pero su objetivo es “buscar el alma”. Escribe de un modo muy serio y grave, intentando describir no la realidad externa sino el lado más poético de las cosas. Es poesía emotiva y espiritual, bella en el estilo más íntimo que uno pueda imaginar.

Machado fue un poeta de la Generación del 98 y escribió bajo la influencia de sus amigos: Ortega, Azorín, Unamuno… Sus ideas sobre la necesidad de regenerar España, sobre el contraste entre la gloria pasada y el abatimiento presente, salen de vez en cuando a la superficie en sus poemas sobre Castilla. Son éstos más retóricos que analíticos y algunos críticos piensan que tienen un nivel inferior al de su poesía pura y sublime. Así, cuando reprende severamente: “Castilla miserable, ayer dominadora/ envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora”. En sus últimos años, nuestro poeta se trasladó a Segovia y escribió en un tono más filosófico mientras se derrumbaba la Segunda República. En 1939 tuvo que marchar al exilio y murió en Francia poco después de cruzar la frontera.

Muchos años después de leer “Campos de Castilla”, di con un libro que se mantiene en el extremo de pureza que Machado había abandonado en algunos momentos. Este libro fue publicado en 1984 por José Jiménez Lozano, un escritor cuya modesta sencillez me trajo a la memoria la vida austera que siempre llevó Machado. Su título, “Guía espiritual de Castilla” es suficientemente expresivo: como él explica, su objetivo es simplemente señalar, como un guía, los monumentos que contempla, dejando al lector continuar con sus pensamientos y meditaciones. Su objetivo no era proponer ideas sobre la “esencia” de Castilla, ni era su intención magnificar las gloriosas hazañas del pasado remoto. Pero va más allá que los ensayos políticos de la Generación del 98, al proclamar que Castilla es, aparte de todo lo demás, una tierra “oriental”, en la que las “juderías” y las características árabes de la arquitectura románica de las iglesias son el testimonio de una sociedad que durante largos periodos fue a la vez cristiana, musulmana y judía.

6-Segovia

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